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Julio Castro – laRepúblicaCultural.es
El dibujo en el suelo del esquema de un órgano visceral puede dar paso a la poética del corazón en formato de teatro-danza, porque en este caso, Paulina Funes y Cristina Balboa entretejen su parte artística con la vivencial, a través de un humor que conduce toda su composición durante el espectáculo.
Por eso no hay inconveniente en echarse una partida de tenis con un corazón fresco como pelota, ya que, al fin y al cabo, hasta se puede trinchar y cocinar. Un toque de surrealismo clásico se asoma a través de cada acción y diálogo de este teatro contemporáneo, en el que la danza tiene un peso importante, de manera que ambas se distribuyen la tarea en escena. Ya desde el inicio, en el suelo con su carboncillo, Paulina se mueve en pos de una coreografía que apenas apunta, pero que luego irá desarrollando, mientras Cristina concede más peso al texto y la acción teatral.
Entre videos de la propia Cristina (y en algún caso de Paulina) se van produciendo intercambios, diálogos en la que se psicoanalizan como en una terapia individual o compartida, abierta al público y en la que intervienen ambas, con otro sentido de lo peculiar peculiar: es como un desdoblamiento de la personalidad el que trata de solventar los problemas afectivos.
Las confesiones de la afectividad y la sexualidad juvenil sirven de excusa para danzar con los ojos tapados, mientras buscan el amor a ciegas, pero también sirven para condimentar y sazonar el corazón y servirlo al público.
Como sorpresa, me llama la atención cómo introducen la grabación de video a modo de conversación, ya que hace apenas unos días, en La Realidad, Denise Despeyroux y Fernanda Orazi, en su estreno reciente, hacían precisamente lo mismo (bastante más elaborado, ya que era la base de su trabajo). Es un recurso interesante que tocan durante apenas un fragmento del trabajo, y no precisan de más, ya que sus discursos verbal y corporal son suficientes para dar contenido a la propuesta. En cuanto a la interacción con el público, tal vez deba reforzarse o dejarse de lado, aunque ya sabemos que un público más pasivo puede ser más difícil de conducir, pero eso no se elige.
La compañía, fundada y compartida por la gallega de Cambados, Cristina Balboa, y la argentina de Mendoza, Paulina Funes, tiene un buen equilibrio escénico en el que cada cual pone su especialidad, para compartir espacios comunes en el recorrido, aunque estoy convencido de que su afán multidisciplinar las llevará a realizar composiciones más complejas y con diversos medios, pese a que, como en este caso, se bastan consigo mismas y poco más para lograr un buen resultado.