Comenzaré por dar una breve visión sobre el asunto del que –supuestamente- trata el libro.
Desde el comienzo de la actividad filosófica, muchos pensadores han hablado de que el fundamento de la realidad no tiene hilatura explicativa, esto es, que la esencia de lo real es el absurdo. Y esta percepción ha aparecido de diversas formas también en otras manifestaciones culturales (literarias, teatrales, musicales, etc.)
Utilizaré una de ellas –la novela La náusea, de J. P. Sartre- como referencia al comentar el libro de Teller.
La náusea tiene la forma del diario personal del protagonista, en el que intenta reflejar los cambios en la percepción de la realidad que experimenta en esa época de su vida: “Es preciso decir cómo veo esta mesa, la calle, la gente, mi paquete de tabaco, ya que es esto lo que ha cambiado. Es preciso determinar exactamente el alcance y la naturaleza de este cambio”.
Cambios que son episódicos, como él mismo reconoce: “Acaso después de todo, fue una ligera crisis de locura. Ya no quedan rastros. Hoy los extraños sentimientos de la otra semana me parecen muy ridículos: ya no me convencen. Esta noche estoy muy a mis anchas, burguesamente, en el mundo”.
Leyendo a Sartre, se adivina que él mismo ha tenido esas percepciones, y que incluso han comprometido su vida de forma arrolladora: “Un círculo no es absurdo: se explica por la rotación de un segmento de recta en torno a uno de sus extremos. Pero además un círculo no existe. Aquella raíz, por el contrario, existía en la medida en que yo no podía explicarla. Nudosa, inerte, sin nombre, me fascinaba, me llenaba los ojos, me conducía sin cesar a su propia existencia”.
Nada de esto hay en Nada, ninguna descripción de esa visión existencial, ni la más mínima huella de que la autora haya visitado alguna vez esos paisajes, incluso cuando uno la lee se hace evidente que para ella el “sinsentido de la existencia” es poco más que un eslogan publicitario.
El libro comienza con este texto, pronunciado por uno de los adolescentes: “Nada importa. Hace mucho que lo sé. Así que no merece la pena hacer nada. Eso acabo de descubrirlo”. Y la autora dice en la nota del final del libro que esa frase, escuchada como “una extraña voz en su cabeza”, fue el detonante para escribir la novela.
El problema es que se contenta con decir esa frase y seguir con una serie de capítulos –entretenidos, como mucho- en los que los personajes -esquemáticos, unidimensionales- siguen una rutina –esquemática, unidimensional- que a fuerza de repetirse, da la sensación de que puede llegar a explotar en algo interesante, pero que no llega a ningún sitio.
En realidad, lo único bueno que puedo decir de esta novela es que, en relación a sus pretensiones, la decepción es tan grande, el abismo que separa el proyecto del resultado es tan abrumador, que su lectura invita a buscar otros textos, como el de Sartre, para por fin poder disfrutar de algo que esté a la altura de los blurbs que aparecen impresos en la contraportada del cuento de Teller.
Blurbs: pequeñas frases auto-promocionales que las editoriales encargan para hacer publicidad de un libro, como “A la altura de un premio nobel”, o “Inolvidable y eterna. Tiene todas las características de un clásico” (Blurbs transcritos de la contraportada de la edición española de Nada…)
Por último, me molestó su insistencia, creo que fuera de lugar en un libro como éste, en detalles morbosos y violentos (mutilaciones, violaciones y brutales asesinatos cometidos por adolescentes…), que han llevado a su autora, en un gesto tan vanidoso como vacuo, a presumir de que su lectura ha estado prohibida o no recomendada a los adolescentes en países como Dinamarca, Noruega, Francia o Alemania.
Javier Abraldes