A pesar de estar escrito por un profesor de filosofía, lo que más me ha interesado del libro es su enfoque más psicológico que filosófico, seguramente consecuencia de que el autor está especializado en la rama de la filosofía conocida como ética, que trata fundamentalmente del comportamiento humano.
El libro comienza con una breve introducción sobre el concepto de tópico (lugar común), en la que plantea su faceta problemática: los tópicos “expresan pensamientos que no hemos pensado o producido nosotros mismos”, y “el tópico acostumbra ser hijo de la pereza intelectual y hermano del prejuicio. A base de amontonar esos lugares comunes, construimos nuestra comunicación más impersonal y automática”… y yo añadiría: nuestro pensamiento más impersonal y automático.
Termina la introducción con la advertencia de que el uso de los tópicos puede hacer que “la miseria moral que suelen encerrar contribuya a nuestra propia miseria”. Y para aquellos que consideren que es “sólo una cuestión de palabras”, el autor cita a Kafka: “eso es precisamente lo peligroso. ¡Las palabras son las precursoras de acciones futuras, las chispas de futuros incendios!”. Desde luego, para mí es evidente que nuestras acciones están guiadas por nuestras formas de pensar, ya sean éstas más o menos autónomas, más o menos inconscientes.
El resto del libro, que el autor divide en dos partes (tituladas Bajos de moral y Demócratas, pero no tanto, respectivamente), está dedicado a analizar, en cada capítulo, un tópico o conjunto de tópicos estrechamente relacionados.
Dado el conocido compromiso del autor con la denuncia de la presión que el nacionalismo y el entorno de ETA ejercen sobre la Universidad en el País Vasco y en general la sociedad española, no sorprende que muchos de los ejemplos concretos que el señor Arteta utiliza de la “miseria moral” que comenta en la introducción sean referidos a esta lamentable circunstancia.
Así por ejemplo, en “La vida es el valor supremo”, el autor denuncia que “poner la mera vida por encima de los valores es suponer a la vida valiosa al margen de ellos. O sea, considerarla valiosa en tanto que pura vida biológica: sin haber conquistado aún su humanidad, sin haber desarrollado sus virtudes y excelencias”.
Y sigue: (…) “lo más pernicioso del terrorismo (…) estriba en que –por el veneno y el miedo que inocula- pervierte de raíz nuestras intuiciones prácticas, pone cabeza abajo la escala de valores y mancilla lo que hace valiosa nuestra vida individual y colectiva. Bajo la amenaza del terror, ya nada vale más que la mera vida”.
En relación a la pedagogía, el autor también tiene cosas muy acertadas que decir: En “Sé tú mismo” denuncia que un mal entendimiento de la idea de autenticidad por parte de la pedagogía moderna hace que en las aulas la disciplina haya dejado paso al juego, la enseñanza de conceptos a la estúpida respetabilidad de todas las ideas y la lección magistral a la libre expresión de los tópicos vigentes.
Y en “Vamos a democratizar la familia, la escuela, etc.” precisa que padres e hijos, maestros y discípulos, médicos y pacientes, ni están ni deben estar en pie de igualdad en cuanto a las deliberaciones y decisiones familiares, académicas o sanitarias respectivamente… ¡a cuántos pedagogos he oído a lo largo de estos últimos años hablar de poner en un mismo plano de igualdad a profesores y a alumnos, por ejemplo en la aplicación indiscriminada de programas de mediación!
Javier Abraldes