Cuando llegué a Santiago de Compostela a principios de los 90, siendo prácticamente un niño, elgrupo Chévere estaba iniciando su carrera. Desde el principio, conectaron con el público por sus propuestas teatrales divertidas, atrevidas e irreverentes y yo tuve la inmensa fortuna de conocerlos y aprender de ellos viendo sus espectáculos y participando en algunas de las locuras que se organizaban en la sala en que residían: la Sala Nasa.

Con los años, su teatro fue creciendo, madurando y en la actualidad son una de las compañías más reconocidas del país. Por eso, cuando comenzamos a hablar de la posibilidad de adaptar la obra Eroski Paraíso, en lo primero en lo que pensamos fue en si tendríamos realmente algo que aportar al trasladar la obra a otro lenguaje. La idea era atractiva y juguetona; al fin y al cabo, la obra trata sobre el rodaje de un documental, de forma que el cruce de lenguajes ya comezó sobre el escenario.

Y fue al comezar a concretar una propuesta base para la adaptación, al empezar a jugar con la idea de poner las cámaras en el centro de la narración -convirtiéndose en un personaje más de la historia- y al imaginar las posibilidades de jugar con ellas en pantalla partida… que comecé a entusiasmarme.

A partir de ahí comenzó un proceso muy gozoso en el que, desde el inicio, se hizo obvia la enorme generosidad de los Chévere, que non sólo no veían problemas ante las necesidades del nuevo lenguaje, sino que las asumían con la conciencia de estar haciendo una obra que, sin esconder su conexión con el espectáculo teatral, acabaría aportando un diálogo nuevo y diferente entre cine y teatro.
Jorge Coira